viernes, 16 de abril de 2010

Los lazos invisibles del amor

Safe Creative #1004166019073




   "Si pudieras contestarme te preguntaría si recuerdas la primera vez que estuvimos aquí los dos juntos. Era nuestra primera cita clandestina, porque nadie sabía que nos queríamos. Tu llegaste antes y aquí en este banco sentada me estabas esperando mirando entre las palmeras y movías la cabeza de un lado a otro, yo llegué por detrás de ti y como ahora, te puse la mano en el hombro. Al sentir la ligera presión de mis dedos, sobresaltada, te volviste y en cuanto me viste, tus labios formaron una sonrisa. Aquella sonrisa inició el camino que juntos hemos recorrido hasta aquí. ¿Recuerdas Lucía? A partir de ahora serán mis recuerdos los que sustentarán el camino que tenemos por delante."

   "Si te pudiera contestar yo te contestaría que si que recuerdo la primera vez que estuvimos aquí, pero recuerdo mejor la segunda. Te diría que recuerdo mejor el día, la noche, que comenzamos por segunda vez. El día, la noche en que conseguiste disipar mi niebla. Aquella niebla que me hacía invisible. Aquella niebla que se formó alrededor de mí en el instante exacto en que me senté en la silla por primera vez. Recuerdo aquel día, aquella noche, como si fuera hoy.
   Recuerdo aquel local en el que a penas veía nada. Hubiese querido culpar al humo que lo envolvía todo y que comenzaba a irritar mis ojos, pero sabía que la culpa era de que el vaso que tenía delante estaba a punto de vaciarse por tercera vez. Escuchaba. Eso si seguía haciéndolo. Tenía que concentrarme para cribar entre el murmullo y la música tu voz, pero el esfuerzo merecía la pena. Me encantaba, me divertía, me interesaba, me intrigaba. Disfrutaba hablando contigo. Como lo añoro. Ya entonces, hacía tanto que nos conocíamos que en ocasiones manteníamos conversaciones silenciosas, como ahora. La diferencia es que aquellas eran voluntarias y estas impuestas por mi enfermedad. Hubo un tiempo, en aquella noche ya era un tiempo lejano, en que habíamos disfrutado de algo más que las conversaciones. Pero solo cuando dejamos de ser novios, descubrí lo apasionante que podía ser escuchar y hablar. Los dos años que habíamos salido juntos utilizábamos las palabras para atraer y ser atraídos. Todo eso fue antes de que enfermara claro. En aquella época en que los chicos se giraban a mi paso para mirarme. Ahora no solo los chicos se giran a mirarme, pero ya nadie lo hace como entonces. Ni siquiera tu.
   En aquel pub donde nos habíamos citado, como dos exnovios que mantienen una cordial amistad, el humo amenazaba, por momentos, con solidificarse y extender el picor a todo mi cuerpo. Seguía sin ver con nitidez lo que me rodeaba. Necesitaba tomar el aire o terminaría vomitando.
   - ¿Salimos fuera? – te pregunté.
   - Claro – contestaste.
   Al comenzar a moverme dejé de notar el humo para sustituirlo por esa niebla que sentía alrededor de mi cuerpo. Una niebla que ocultaba mi cuerpo a los demás y solo permitía ver mi silla de ruedas. La clientela del local hizo un pasillo para dejarnos pasar. Un pasillo dentro del estrecho pasillo al que se reducía el local de copas, a pesar de ello, varias veces, las ruedas hicieron presa en los pies patosos de los clientes, que se disculpaban sin motivo. En las caras vi esa palabra que tanto daño me había hecho desde que quede postrada “pobre”, solo había otra que me dolía más pero que por desgracia cada vez escuchaba, escucho menos, “pobrecita”.
   Fuera la visión seguía espesa.
   - Me apetece pasear para despejarme – propuse.
   - Claro.
   Eras mi consuelo, al menos tu habías dejado de ver la silla de ruedas y me veías a mi. No como antes, pero me veías. Contigo no me sentía invisible. Cuando viniste a visitarme al hospital - que sorpresa después de años sin vernos- también vi reflejada en tus ojos la niebla de lástima. Por suerte, con el paso del tiempo, habías aprendido a atravesarla para poder encontrarme. Lástima que ahora la niebla se haya solidificado en un tempano de hielo. La incomunicación.
   Aquella noche, en aquel paseo, el chirrido del eje acompañó al silencio que necesitábamos, yo para disimular mi embriaguez, tu para preparar la pregunta. Llegamos aquí. Supongo que lo hiciste a propósito. Nunca te lo pregunté.
   - Lucía. - me dijiste.
   - ¿Qué?
   Silencio. No me mirabas.
   - ¿Qué quieres? - insistí.
   - Hace tiempo que quiero preguntarte algo y nunca me atrevo.
   - Pregunta.
   - ¿Tu te acuerdas mucho de cuando eramos novios? - me preguntaste.
   - ¿Cuánto es mucho?
   - No se, mucho. Todos los días, bueno eso debe ser muchísimo. Todas las semanas.
   - Buf, no se. Supongo que hay semanas que me acuerdo varias veces y otras que no me acuerdo.
   - Pero, aunque sea de vez en cuando, ¿te acuerdas? - insististe.
   - Si de vez en cuando me acuerdo.
   - Y... ¿Guardas buenos recuerdos?
   Ahora era yo la que no te miraba.
   - Dime, ¿guardas buenos recuerdos? - insististe.
   - Claro que guardo buenos recuerdos. Fuimos muy felices.
   - Pues es que te quería preguntar una cosa.
   - A ver dispara.
   - ¿Te quieres casar conmigo? - seco y directo.
   De nuevo silencio. La borrachera desapareció, la silla desapareció, la niebla desapareció. Sentirse de nuevo, por fin, una mujer. No una mujer en silla de ruedas. Una mujer. Tardé en contestar, quería y necesitaba saborear este momento. Me mirabas. Tus mejillas cambiaron de color. Se volvieron anaranjadas. Aunque tal vez simplemente era el efecto de la luz de la farola. Hubiese postergado eternamente la respuesta pero tenía que contestar. Pensé en alargar los brazos, cogerte por el cuello y plantarte un beso en los labios pero temí que todo fuera el sueño de una borracha. Te miré y por fin contesté."

Nota: Este relato pertenece a la sección "Participa". Las partes en cursiva las ha escrito Coque ( http://chitonpuntoycoma.blogspot.com/ ).